Antes que nada, una verdad fundamental, que conocemos, pero olvidamos: EL ÚNICO ENEMIGO DE NUESTRA FELICIDAD ES EL PROPIO EGO.
Por cierto, un enemigo interior que no ha sido creado intencionadamente, y que se oculta de nuestra mirada con múltiples máscaras. La mentira es su territorio, el miedo, su motor y su instrumento. Ingenuamente, lo llamamos Yo, confundiéndolo con el ser maravilloso que palpita en nuestro corazón.
De hecho, nuestro ego replica el sistema social de distorsión y abuso que nos ahoga y nos oprime. Tampoco nos deja sentir la vida con la totalidad con que la gozábamos de niños. Vida es naturaleza, luz, esencia, cosmos, amor. Mundo es artificio, sombra, ego, egoísmo, dolor, control.
El ego, llamado Yo inferior por las tradiciones sabias, fue analizado magníficamente por Freud, quien describió con nitidez el sistema mental de control y defensas que lo constituye; la falsa identidad narcisista e insegura que todos cargamos. El mismo ego cotidiano y persistente que no nos deja tranquilos, saboteando nuestra inocencia, impidiéndonos con sus cálculos y manejos la entrega a la Vida. Un usurpador interno que nos dirige desde el miedo. Por supuesto, inconscientemente, sin que nos demos cuenta: se trata precisamente del punto ciego de nuestra conciencia.
El Eneagrama es luz capaz de iluminar esa oscuridad. Así, podemos sanar nuestra ceguera.
Hablamos de un diagrama de geometría sagrada, un círculo de energía con nueve vértices. Conocido desde hace milenios, aplicado por Gurdjieff a la musica y el color. Pero fue el genio de Oscar Ichazo el que, en los años sesenta, descubrió su aplicación a la conciencia, creando este poderoso instrumento de autoconocimiento.
Tal como la luz blanca se refracta en un prisma con los colores del arcoiris, la luz de la conciencia se refracta en nueve sensibilidades espirituales, nueve vocaciones del alma, nueve especialidades del corazón. El Eneagrama de las Ideas Divinas nos revela estos nueve vectores del anhelo; cada uno de nosotros está alineado con uno de estos nueve caminos de luz.
Y cada uno de nosotros recibe la específica e inevitable sombra de esa vocación: el ego correspondiente. Ahí surge el Eneagrama de los nueve egos, y sus respectivas obsesiones.
Hay eneagramas de luz, hay eneagramas de sombra. Pero lo decisivo, siempre, después de la implacable honestidad necesaria para quitarle al ego la máscara que no nos deja verlo y pillarlo, es el abrazo compasivo que nos damos a nosotros mismos, al comprender que toda oscuridad proviene de la herida y el temor.
Y la sonrisa amable, final, al irnos dando cuenta de la comedia divina que termina siendo este juego de luz y sombra que nos llevará tarde o temprano, por todos los caminos, al amor.