Lo que fue, ya fue, y no volverá. Nos toca ahora, a fondo, intencionar lo nuevo. Dar a luz una sociedad más honesta, justa y solidaria, recuperando la confianza entre nosotros, y el respeto por la tierra y la vida.
Principal es consolidar en los corazones una certeza luminosa que no se dejará nublar por las viscisitudes del acontecer, ni tentar por el placer de verlo todo en negativo. El proceso será arduo, prolongado, difícil, lo sabemos. A menudo, desilusionante. Gestar es así.
El que quiere celeste, que le cueste… y no desespere.
Todo comienza este domingo, en plena intensidad de energías planetarias. Por supuesto, nuestra colectiva transformación comenzó hace mucho tiempo, y continuará mucho después, pero este domingo es una fecha consciente, elegida, histórica. La democracia soberana ejerciéndose en plenitud.
Va a ganar el APRUEBO; eso está claro desde el año pasado. Pero lo decisivo, lo que definirá los caminos, es cuántos chilenos irán a expresar su voluntad de cambio a la cámara electoral. Porque la nueva constitución partirá bien solo si una inmensa mayoría vota, con mascarilla y todo, por lo que quiere. Si continuamos con la indiferencia cívica de los últimos años, y demasiados se abstienen diciendo «para qué voy a votar si el Apruebo gana de todas maneras» o peor, no tendremos la fuerza necesaria. La autoridad moral para exigir el proyecto anhelado. La elección de este domingo es un examen de madurez ciudadana: ¡el nuevo Chile solo puede comenzar cuando todos se declaren Presente! en el lugar que más importa: las urnas.
Hoy, temprano en la mañana, en mi caminata diaria, saludable, por el barrio que agradezco cada vez, fui sorprendido por un gigante canelo en flor. El canelo, el árbol sagrado de esta tierra, que es siempre verde y, misteriosamente, no se apesta con plaga alguna.
Me pareció un símbolo preciso del alma de Chile, pura, nueva y antigua, renaciendo poderosa en esta primavera de destino.
¡Que así sea!